40 cosas que prometo no hacer nunca en mi próxima vida de escritor

(Manuscrito encontrado entre los papeles del popular novelista austronorteamericano Edgar Franz Milton, redactado horas antes de lanzarse a las vías de un tren de alta velocidad en Boston.)




1. Enumerar en mis notas bibliográficas, como si fueran un mérito literario, los oficios humildes que he desempeñado.

2. Afirmar rotundamente que, en vez de aspirar a un pequeño lugar en la literatura, escribo contra el Poder o el Pensamiento Único.

3. Redactar novelas cortas con párrafos de una línea.

4. Despotricar contra el Mercado en la televisión, en los periódicos, en la radio, en Internet, en los congresos, en todas mis entrevistas.

5. Buscarme culpablemente en las estanterías cada vez que entro en una librería. Es muchísimo mejor hacerlo sin culpa.

6. Rematar mis relatos con la frase: «Entonces comprendió…»

7. Convertir los premios literarios en mi mayor obsesión, bien intentando ganarlos o bien repudiándolos mientras no los gane.

8. Leer las solapas sobre los autores antes que las primeras líneas de sus libros.

9. Omitir la fecha de nacimiento en las solapas de mis obras (si soy una mujer) o incluir una foto de mi más remota juventud (si soy un hombre que ha pasado de los 50).

10. Llamar aduladores a los admiradores ajenos, y compañeros de estética a mis aduladores.

11. Intercambiar ejemplares esmeradamente dedicados con colegas a quienes jamás he tenido la intención de leer.

12. Preguntarle a un colega: «¿qué tal va tu libro?», cuando lo que deseo averiguar es si ha vendido más ejemplares que yo.

13. Referirme a las críticas negativas con abominables eufemismos como «reseña rara».

14. Sostener que los críticos que no me elogian en realidad no han leído mis libros o lo han hecho demasiado rápido.

15. Deslizar en mi currículum insufribles petulancias del tipo: «al margen de las modas y tendencias imperantes», como si los demás escritores, excepto yo mismo, aspirasen a ser gregarios.

16. Hojear los suplementos literarios con la esperanza de encontrar consoladoras reprobaciones de libros ajenos, para disimular que llevo semanas, meses, años sin escribir algo decente.

17. Insinuar que mi obra ha sido exitosamente editada en múltiples países cuando, para ser exactos, unas cuantas revistas extranjeras me han publicado algún poema.

18. Calcular paranoicamente la edad de mis contemporáneos.

19. Alabar el diseño de un libro para no hacer escarnio de su escritura.

20. Perpetrar antologías y declarar que mi único criterio ha sido la calidad.

21. Denunciar el exceso general de publicaciones mientras promociono mi duodécima novela.

22. Hacer elogio místico de los autores que publican muy poco, si yo soy precisamente uno de ellos.

23. Abusar de las drogas mientras corrijo o mientras reviso pruebas de imprenta.

24. Escribir diarios sobre la vida social de los escritores.

25. Publicar diarios sobre la vida social de los escritores.

26. Reseñar diarios sobre la vida social de los escritores.

27. Señalar enigmáticamente en mis bibliografías: «ha sido traducido a más de seis idiomas», insinuando que dichos idiomas podrían ser veinticinco o quizá seis y medio.

28. Comenzar mis conferencias agradeciendo a más de cinco personas durante más de cinco minutos.

29. Concluir mis conferencias pronunciando «muchas gracias» antes de que el público aplauda, como dando por hecho que seré ovacionado.

30. Describir emotivamente la amistad que mantuve con escritores difuntos a quienes desprecié en vida.

31. Descalificar a los autores consagrados manifestando sistemáticamente que sus primeros libros me parecían mejores.

32. Pretender que los jóvenes escriban como yo.

33. Evitar que los jóvenes escriban como yo.

34. Echarle la culpa a mi agente de todas mis ambiciones.

35. Escribir libros malos y críticas implacables.

36. Hablar de los editores como si fueran nuestros enemigos.

37. Hablar de los editores como si fueran nuestros amigos.

38. Pensar en los lectores antes que en los personajes.

39. Intentar incluir mis enfermedades o intentos de suicidio entre mis principios estéticos.

40. Recurrir a heterónimos, alter egos o apócrifos cuando desee ser sincero.

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